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Vietnam (4) Ha Giang. Terra Incógnita.

Leo que la guía Trotamundos recomienda, especialmente, «descubrir la provincia de Ha Giang (…) Una de las regiones de montaña más indómitas y magníficas de Vietnam. La última ‘terra incognita'». Eso sí parece lo que yo busco.

El viaje a Ha Giang jura, más que promete, descubrimientos y sorpresas. Tras 4 horas de curvas imposibles tomadas a todo gas, paramos en una casa de comidas. Arroz, sopa de algo así como acelgas, cacahuetes y… pollo, dicen. Imposible q sea pollo. Es duro y correoso. Nada de investigar, «eso», se come y punto. Los locales fuman un no se què en un tronco de bambú. Subimos otra vez a la mini van y, durante 2 traqueteantes horas más, la carretera se convierte en camino de carros y un paisaje magnifico de valle frondoso, con un cielo de fanfarria de anuncio divino, me trae a la mente un nombre: Shangri La, el horizonte perdido.

La ciudad no tiene nada, más bien puede aspirar sin complejos al prestigioso título de “Fea de Cojones”, pero las tierras de los alrededores, amigo, eso es otra cosa…UNA MARAVILLA. Me voy de travesía y alucino subiendo montañas y caminando entre arrozales mientras cruzo auténticas aldeas de las etnias Thai y Dao. El trekking no tiene ninguna dificultad, pero no falta de nada. Montañas que parecen de otro planeta, bosque cerrado, ríos, cascadas, terrazas de cultivo, paisajes majestuosos, barro, calor sofocante, chozas y cabañas tribales… Entre 6 y 7 horas de disfrute de la Naturaleza en estado puro.

Al día siguiente, llegó a Dong Van, muy cerquita ya de la frontera china. Otro viaje de locura por carreteras imposibles entre montañas, con continuas curvas de 180°, a bocinazo limpio, con continuos corrimientos de tierras y, en algunos tramos, con precipicios vertiginosos sin vallas de protección ni nada que se le parezca. Si lo sé no vengo. «Estas como un cencerro, Nacho», me digo.

Saliendo el sol, hago, con un guía llamado Anh Tuang, otra travesía  de 25 km alrededor de Dong Van. Las primeras 2 horas, entre maizales, pateo roca kantrica resbaladiza y tuercebotas con todo el cuerpo tenso para mantener el equilibrio y no caer o, por lo menos, caer bien. Un pelín peligroso para los tobillos, la verdad. Estos son los momentos en que me alegro de estar solo y no tener que preocuparme más que de mi mismo mismamente.

El valle está rodeado de unas curiosas montañas, pequeñitas y de formas que la imaginación me lleva a ver pirámides, conos, jorobas de camellos, aletas de tiburón, dragones chinos bailando en su fin de año, gorros de elfos… Después ya aparece un sendero y hasta algún trozo de carreterita para motos y, al final, piedras de cantera de las que te dejan las plantas de los pies echas unos zorros. Mis botas empiezan a tener heridas abiertas importantes en los flancos. Habrá que coser pronto.

Toda la jornada vamos pasando por casas aisladas y poblados de la etnia Hmong. Dicen que los Hmong lucharon del lado de EEUU en la guerra de Vietnam y que, por ello, han sido perseguidos sistemáticamente. Ellos, delgados y espigados, y con facciones cadavéricas, visten de negro riguroso con chaquetilla tipo Mao y boinas y, en cambio, el vestuario femenino es de un colorido que salta a los ojos. Rojos, fucsias, naranjas luminosos, azules eléctricos…

Siete horas de camino en un paisaje espectacular y distinto a todo lo que habia visto hasta ahora. Otro día magnifico.

Y, al día siguiente, el tercer trekking en la provincia de Ha Giang resulta de traca. Nos vamos con Anh Tuang, un tío encantador que, además, tiene la cualidad añadida de que no habla mas de 50 palabras en inglés, hacia el pueblo de Meo Bac por el interior. Bajamos hacia un río arenoso con un paisaje de película, y seguimos su curso mientras podemos. Al otro lado de las montañas ya es China. Llegados a un punto, las crecidas se han llevado el sendero y, más que ascender, hay que trepar por la montaña hasta volverlo a encontrar, un kilómetro después. La subida es de órdago. Peligrosilla.

Tras 3 horas de caminata, llegamos a la barraca de unos apicultores. Uno de ellos està trabajando fuera recolectando miel rodeado de abejas como una nube y nosotros tenemos que pasar por su lado. Me da repelús pero paso con toda la calma que puedo. Parece ser que son conocidos de Anh Tuang y nos invitan a comer. La casa es de lo más simple, sucio y mísero y, dentro, uno de ellos està tambien trabajando la miel, a pecho descubierto, con abejas por todos lados. Le pregunto a Anh Tuang si no será peligroso comer allí, si las abejas no pican. Dice que, si estoy tranquilo, no pasa nada. ¡Coño! ¡Cómo voy a estar tranquilo! Montan una mesa, empiezan a sacar platillos con una pinta horrible y nos sentamos con ellos. Beben, y me hacen beber licor de maíz, un destilado con más de 40° de alcohol que ellos se sacuden al coleto en plan «tiros» como si fuera agua. Cada chupito un brindis y entrechocar de vasos: ¡Súc Khóe! Bebo como 4 chupitos y ellos el doble y, ya que la comida, a base de verduras desconocidas, un pescado todo espinas y arroz de hace una semana, no apetece, como más bien poco. Me juro que no me tumbaran. Son gente encantadora y como con el alcohol me porto con «hombría», les caigo bien y, al final, de milagro no acabamos cantando el Asturias Patria Querida. Hora y media después nos despedimos, amigos para siempre.

En seguida, Anh Tuang aparece con dos bastones de bambú de no se donde y me da uno diciendo: «Now, up». Me lo dice con cara de pena, como pidiéndome perdón por hacerme una putada. Me digo, «Nacho, vienen maldadas», y efectivamente, durante las 2 horas siguientes es un «up» de penitencia y saco por los poros toda la comida, todo el alcohol y hasta media alma, pero…pero… ¡Que belleza! Qué magnificencia de paisaje y qué regalo para todos los sentidos. ¿Quizás lo más salvaje y más bonito que he visto en mi vida? No sé, pero, de escalofrío constante. Llegamos en la cima a lo que llaman el Mã Pí Léng, un paso  con una vistas imponentes a un cañón por donde discurre un río verde con las maravillosas montañas de este país en todo su esplendor en plan fin de fiesta visual final que me deja boquiabierto.

Los pocos europeos que hay por aquí vienen a hacer en moto el Ha Giang Loop, la sinuosa carretera de vistas increíbles que acaba aquí, en Meo Bac, pero hacerlo a pie, como yo, dudo muchísimo que lo hayan hecho más de un centenar de occidentales. Si llega. Yo he tenido suerte de caerle bien al guía que, tras el primer trekking, me dijo que, si quería ver algo auténtico de verdad, hoy me traería aquí. Toda esta zona está protegida por el gobierno y se la conoce como el Dong Van Karst Plateau Geopark. Yo lo he hecho todo a pie, unos 50 Km, y aseguro que en el Mundo no hay muchas tierras tan salvajes e inexploradas. Es realmente, como decían, una Terra Incognita, y ojalá se mantenga así muchos años más.

Un apunte final…Me ha impactado ver a niños que no levantan 4 palmos del suelo trabajando de sol a sol en los campos. Y si van a la escuela, lo mismo en cuanto acaban al mediodía. Todos con una sonrisa eterna en la boca. Eso, a la edad en que los de allí lloriquean por un helado. Sin más comentarios.

Me voy a Ha Long Bay.